Canto de guitarras, vaharadas de sudor y pescado frito, gritos en todos los idiomas, carcajadas, estridencias de mujer a las que se trataba de poseer por menos dinero del que ellas exigían, ladridos lastimeros de perros vagabundos... Todo aquello, y posiblemente más, componía la atmósfera singular y heteróclita del barrio chino de Monterrey.
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Canto de guitarras, vaharadas de sudor y pescado frito, gritos en todos los idiomas, carcajadas, estridencias de mujer a las que se trataba de poseer por menos dinero del que ellas exigían, ladridos lastimeros de perros vagabundos... Todo aquello, y posiblemente más, componía la atmósfera singular y heteróclita del barrio chino de Monterrey.