Era un rito consuetudinario. Un hecho que se repetía diariamente y a la misma hora. Algo así como una tradición secular. El coche, un Fiat negro, blindado y reluciente, cuyas ventanillas traseras ocultaban la identidad de su pasajero tras unas oscuras y tupidas cortinas, se detenía a las once y treinta y cinco minutos de la mañana en la confluencia de Viale Lacio con Via Della Libertá, en pleno centro de la siciliana ciudad de Palermo.
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Era un rito consuetudinario. Un hecho que se repetía diariamente y a la misma hora. Algo así como una tradición secular. El coche, un Fiat negro, blindado y reluciente, cuyas ventanillas traseras ocultaban la identidad de su pasajero tras unas oscuras y tupidas cortinas, se detenía a las once y treinta y cinco minutos de la mañana en la confluencia de Viale Lacio con Via Della Libertá, en pleno centro de la siciliana ciudad de Palermo.