Stuart Martin puede que no fuese un genio en la íntegra acepción del vocablo, pero sí un hombre brillante. Un tipo a considerar. De aquellos que siempre había que tener en cuenta hiciera lo que hiciese y estuviera donde estuviese. Tampoco, en lo físico, era lo que podía llamarse un «clásico» de la novela negra; de la intriga policíaca plasmada en unos buenos metros de celuloide, O sea, que no respondía a las exigencias de un galán literario, ni a los méritos, de espectacularidad requeridos por el cinematógrafo.
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Stuart Martin puede que no fuese un genio en la íntegra acepción del vocablo, pero sí un hombre brillante. Un tipo a considerar. De aquellos que siempre había que tener en cuenta hiciera lo que hiciese y estuviera donde estuviese. Tampoco, en lo físico, era lo que podía llamarse un «clásico» de la novela negra; de la intriga policíaca plasmada en unos buenos metros de celuloide, O sea, que no respondía a las exigencias de un galán literario, ni a los méritos, de espectacularidad requeridos por el cinematógrafo.