Jim se interrumpió, pues acabó por comprender que era del todo inútil hacer más confidencias a su irracional compañero de viaje. Su afán de desahogarse, con todo, era razonablemente justificable. Hacía varios días que estaba atravesando los desolados parajes del sur de Nuevo México, en solitario, y no había tenido la oportunidad de hacer partícipe a nadie de los sentimientos que le atormentaban. Uno de esos sentimientos era la venganza y el otro el miedo; no era el miedo de perder la vida, sino la angustia de que una bala traicionera le impidiera llevar a cabo la misión que se había impuesto.
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Jim se interrumpió, pues acabó por comprender que era del todo inútil hacer más confidencias a su irracional compañero de viaje. Su afán de desahogarse, con todo, era razonablemente justificable. Hacía varios días que estaba atravesando los desolados parajes del sur de Nuevo México, en solitario, y no había tenido la oportunidad de hacer partícipe a nadie de los sentimientos que le atormentaban. Uno de esos sentimientos era la venganza y el otro el miedo; no era el miedo de perder la vida, sino la angustia de que una bala traicionera le impidiera llevar a cabo la misión que se había impuesto.