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Fue una gran catástrofe. El puente se derribó sobre la impetuosa corriente del Daily River, en el preciso momento que el convoy pasaba para salvar el barranco. La máquina se precipitó al vacío, arrastrando tras ella a los tres vagones primeros: el furgón, que llevaba las sacas del correo, y las dos plataformas que transportaban medio millar de ovejas. Milagrosamente, el último vagón, en el que iban los pasajeros, quedó ladeado sobre el terraplén, manteniéndose en un difícil equilibrio, antes de rodar ladera abajo hacia las revueltas aguas del río. Jack Dauver sintió como si una montaña de carne humana le aplastase contra uno de los laterales de aquella prisión de madera suspendida en el vacío, al rodar todos los pasajeros hacia aquella parte del vagón. Gritos, lamentos, alaridos de terror y dolor llenaron sus oídos, pero tuvo los suficientes reflejos para aferrarse al marco de la ventanilla de cristales destrozados.