Los transeúntes se empujaban unos a otros, como si tuvieran una inusitada prisa por llegar al sitio al que se dirigían. Caía una fría llovizna, pero casi nadie llevaba abierto el paraguas. A Jonathan Mills, acostumbrado a las inclemencias del tiempo, no le importaba la lluvia. Lo que le importaba, únicamente, era encontrar aquella maldita dirección.
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Los transeúntes se empujaban unos a otros, como si tuvieran una inusitada prisa por llegar al sitio al que se dirigían. Caía una fría llovizna, pero casi nadie llevaba abierto el paraguas. A Jonathan Mills, acostumbrado a las inclemencias del tiempo, no le importaba la lluvia. Lo que le importaba, únicamente, era encontrar aquella maldita dirección.