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ATRAÍDO por la inquietante proximidad de la mujer que tenía entre sus brazos, John Smith apoyó su mejilla en la de ella, y con un hilo de voz vibrante de reprimida emoción, susurró quedamente: —¡Te quiero, Carol!… ¡Te quiero! Carol Lawford tuvo que alzar la cabeza para envolverle con el azul de su mirada. Era mucho más alto que ella y esto siempre le había gustado. Aquel hombre la atraía como un imán y, cuando estaba junto a él, se olvidaba de todo. Los ojos de la muchacha recorrieron las viriles facciones del hombre, y tuvo que admitir una vez más que John Smith era peligrosamente atractivo. Mientras bailaban, notó su musculoso cuerpo junto al de ella y, al fin, contestó: —Lo sé, John… Cada fibra de tu cuerpo me lo dice. Hizo una pausa, dejó de mirarle, y a su vez susurró: —Por favor. Dejemos de bailar… Llévame a la terraza a respirar un poco de aire.