Apenas se quedó sola, doña Luz pasó a su dormitorio y rápidamente cambió de ropa, sustituyendo la que llevaba por un negro traje masculino que usaba para montar a caballo. Desde niña había utilizado aquella clase de prendas para cabalgar por las tierras de su padre. Las prefería al engorroso vestido de amazona y, sobre todo, prefería la silla de montar corriente a la femenina, que resultaba mucho menos práctica. Después de su boda, y ya en la capital, cada vez que salí a caballo siguió usando pantalones, guayabera y sombrero ancho. Al principio la gente consideró su indumentaria como muy escandalosa; pero como el «escándalo» no pasaba de ahí, al fin todos cambiaron de idea y tomaron aquello como una originalidad, perdonable en quién era tan rica y poderosa como doña Luz Montesinos. La esbeltez de su figura se acentuaba limpia y elegantemente con aquellas ropas, que acabaron por aceptar como lógicas hasta los mismos habitantes de Ciudad Juárez.
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Apenas se quedó sola, doña Luz pasó a su dormitorio y rápidamente cambió de ropa, sustituyendo la que llevaba por un negro traje masculino que usaba para montar a caballo. Desde niña había utilizado aquella clase de prendas para cabalgar por las tierras de su padre. Las prefería al engorroso vestido de amazona y, sobre todo, prefería la silla de montar corriente a la femenina, que resultaba mucho menos práctica. Después de su boda, y ya en la capital, cada vez que salí a caballo siguió usando pantalones, guayabera y sombrero ancho. Al principio la gente consideró su indumentaria como muy escandalosa; pero como el «escándalo» no pasaba de ahí, al fin todos cambiaron de idea y tomaron aquello como una originalidad, perdonable en quién era tan rica y poderosa como doña Luz Montesinos. La esbeltez de su figura se acentuaba limpia y elegantemente con aquellas ropas, que acabaron por aceptar como lógicas hasta los mismos habitantes de Ciudad Juárez.