La amargura del capitán Morgan: Mónica estaba jugando al póquer con el capitán Morgan. Desde aquella mañana ocupaba una habitación en La Sirena del Panay. Al casarse Rosita, Felicia le había pedido que tuviera a su cargo la mesa de ruleta. Cobraría un sueldo fijo y el diez por ciento de los beneficios. Morgan no estaba conforme con el acuerdo.
La marca de los hombres buenos: La ambulancia, tirada por seis caballos, avanzaba por la llanura, escoltada por seis soldados a caballo y otro que iba sentado junto al conductor. Tras ella se alzaba una nube de amarillo polvo que, desde lejos, denunciaba claramente su presencia y, sobre todo, su posición.
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La amargura del capitán Morgan: Mónica estaba jugando al póquer con el capitán Morgan. Desde aquella mañana ocupaba una habitación en La Sirena del Panay. Al casarse Rosita, Felicia le había pedido que tuviera a su cargo la mesa de ruleta. Cobraría un sueldo fijo y el diez por ciento de los beneficios. Morgan no estaba conforme con el acuerdo. La marca de los hombres buenos: La ambulancia, tirada por seis caballos, avanzaba por la llanura, escoltada por seis soldados a caballo y otro que iba sentado junto al conductor. Tras ella se alzaba una nube de amarillo polvo que, desde lejos, denunciaba claramente su presencia y, sobre todo, su posición.